Hoy es el último día del año, y al igual que todos los años, el 31 de diciembre sucederá lo mismo en miles de hogares. El reloj marcará las 12 de la noche y, antes de brindar, padres, hijos, tíos y abuelos se apurarán en coger las 12 uvas que, según la tradición, se deben comer para que nuestros deseos se cumplan en el nuevo año que empieza.

Y como sucede con toda tradición, que se trasmite de generación en generación por el uso y la costumbre, es muy probable que muchos ignoren el origen de esta práctica, tan extendida en varios países de habla hispana. Por eso, hoy en Adaix, te contamos cómo y cuándo empezó todo.

Se cree que los orígenes de esa peculiar tradición provienen de finales del siglo XIX. José Abascal, alcalde de Madrid en aquel momento, impuso una cuota de cinco pesetas a quienes saliesen el 5 de enero a recibir a los Reyes Magos, ya que esta fiesta era una excusa para los madrileños para beber y hacer ruido.

Así, privados los madrileños de esta noche de farra -salvo para aquellos que dispusieran de tal fortuna- algunos se animaron a celebrar la Nochevieja en la Puerta del Sol, comiendo uvas con las campanadas, tal vez como protesta o como mofa de la tradición burguesa de comer uvas y champán en la cena de Nochevieja, una tradición que reflejaban los periódicos de la época y que, dicen, fue importada de Francia y Alemania.

doce uvas puerta delo sol

Este comportamiento se extendió y popularizó rápidamente en la capital, hasta el punto de que en 1897 los comerciantes de la ciudad ya publicitaban las uvas de la suerte, y en pocos años se conocía en lugares tan lejanos como Tenerife.

Un excedente de producción en 1909 en la zona de levante animó a agricultores a extender esta tradición al resto de España, aunque en 1903 ya era suficientemente conocida.

Está claro que les salió bien, y hoy pocos son los que no dan la bienvenida al Año Nuevo con 12 uvas en la mano para ir comiéndolas al son de cada campanada, o al menos intentándolo. La superstición dice que da buena suerte, aunque peor suerte es atragantarse por intentar comérselas todas a tiempo.

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